martes, 2 de marzo de 2010

EL PEQUEÑO ASTUR

EL PEQUEÑO ASTUR
Cuento

La presente narración relata las visicitudes de un niño asturiano que a los doce años debió abandonar el hogar paterno, como ya lo habían hecho sus hermanos mayores, desde su pequeña aldea situada al pié de los Picos de Europa y a orillas del Mar Cantábrico, llamada Lué perteneciente al Ayuntamiento de Colunga.
Sus padres Doña Dolores y Don José, uno a uno debieron dejar partir a sus siete hijos varones, quedando a su cuidado las únicas dos mujeres, Luciana y Eloina. La hambruna que castigaba a España a principios del siglo pasado, produjo estos dolorosos desarraigos, en busca de un futuro más promisorio para sus hijos. Así llegaron a Argentina, como se decía entonces "para hacer la América", pero además de sus progresos personales ayudaron a engrandecer y a su vez trasladar sus respectivas culturas, haciendo con ello una amalgama de razas, como lo fueron la de otros paises inmigrantes.
Desde el Puerto de Vigo partiría nuestro pequeño Astur, con la incertidumbre de no saber que había detrás de ese mar ancho y caudaloso, hasta que luego de treinta días, las sirenas del barco le estaban anunciando su llegada a destino. Sobre la dársena muchas manos se alzaban saludando a los viajeros, pero ninguna era para él, que así desoladamente llegó al Hotel de Inmigrantes.
Esos largo corredores no se borraría mas de su mente con el bullicio de los contingentes recien llegados, como algo dantesco. Ahí recibiría su primer plato de comida de la tierra de promisión.
Su primer noche en el duro camastro se le hizo interminable, hasta que el cansancio lo venció y pudo conciliar el sueño, hasta que el sol comenzó a dibujarse en los amplios ventanales.
Lo cierto es que a los pocos días llegó un amigo de su tío Cipriano, quien lo llevó donde sería su nuevo domicilio, una despensa con vivienda frente al Hospital Italiano. Ahí iría aprendiendo las tareas de atender y hacer el reparto canasta al brazo, granjeándose el afecto de la clientela, el "galleguito" como todos lo apodaban.
Cierto día, luego de unos años, llegó el tío Don Cipriano quien le ofrecería ir con él a trabajar a un almacén de ramos generales en el Partido de Ayacucho que había adquirido con su hermano Ricardo. Con su espíritu aventurero se decidió y atravesando los campos casi desérticos llegó a la Estación Solanet, rodeada por unas diez casas y el negocio a cuyo lado estaban la cancha de pelota paleta y la cancha de bochas.
Cuando llegó la noche al pequeño, ya crecido empleado, la oscuridad más los ruidos extraños del campo ya le empezaron a dar cierta nostalgia, pero debía acostumbrarse y muchas veces salir a campo traviesa repartiendo mercadería por las chacras aledañas.
Don Cipriano quien había perdido a su mujer hacía unos seis años debía atender al grupo familiar, entre sus hijos, el único varon en la casa llamado Ricardo igual que su tío, estaba internado en el colegio de curas de Ayacucho, y sería con quien el asturiano llamado Aurelio entablaría una muy buena relación, con quien se contaban sus cuitas y en los momentos libres aprovechaban para jugar a la paleta o a las bochas que era la única diversión.
El año 1.916 fue un año de gran ebullición política, ya que los argentinos por primera vez iban a elegir a su Presidente y demás cargos electivos por el voto secreto recien instaurado en el país.
El Dr. Pedro Solanet uno de los dueños de la estancia cercana al negocio sería candidato a diputado nacional y el día de la proclamación en la plaza de Ayacucho iría a retirar a su hijo del Colegio de Curas y de paso a su amigo el niño Ricardo, que a la sazón tenía doce años.
Un chico en esos tiempos no tenía noción de lo que estaban viendo, el clamoreo de la gente , los cánticos partidarios y los oradores en la tribuna era algo que les causaba asombro.
Muchos años después y a modo de confesión, Ricardo diría "si los hombres tenemos un bautismo político, ese fue el mío en aquella lejana Plaza de Ayacucho", tanto había influído en su alma de niño aquel acontecimiento, pues sintió en su interior que algo tendría que ver lo que estaba viendo en el futuro de su vida. Ese niño no era otro que Ricardo Balbín.
Los años pasaron, Aurelio en su rutina del negocio y el joven Ricardo ya se educaba en el Colegio San José de Buenos Aires, para despues ingresar a la Facultad de Medicina.
Pero allá por el año 20 vinieron grandes inndaciones que arrasarían con la cosecha de los clientes del negocio, este estado de insolvencia de los chacareros hizo que no pudieran cumplir con quienes le proveían la mercadería durante todo el año, razón por la cuál, también el negocio sucumbiría ante tal situación. Don Cipriano volvería a Asturias vencido por la mala suerte y su hermano Ricardo, en defensa de su honor se quitaría la vida en un conocido hotel de Avenida de Mayo.
Aurelio seguiría como encargado, ya que el negocio quedaría a cargo de la familia Solanet y despues de muchos años, ya en 1.929, volvería a su terruño, a la casa de sus padres con la alegría de reecontarrse con los suyos, donde permanecería un año disfrutando de aquelas tierras que lo habian visto corretear de niño.
Ricardo luego de dos años estudiando medicina, se le hacía imposible sin medios poder proseguir, así fue que el Dr. Pedro Solanet lo aconsejó que se fuera a vivir a La Plata donde le conseguiría un trabajo en la Legislatura para costearse la carrera y entonces comenzó sus estudios de abogado recibiendose con medalla de honor.
De regreso a Argentina, Aurelio adquirió un almacén de ramos generales, que era lo que había aprendido desde niño y se instaló en un pequeño pueblo del partido de Chivilcoy, ahí formó su familia y su espíritu solidario y progresista lo hicieron Miembro de la Cooperadora Escolar, Presidente de la Sociedad de Fomento y Socio Fundador del Club Social y Cultural Renovación.
Así se va cerrando la parabola de la vida de Aurelio ya entrado en años, de una vida comenzada con tanto sacrificio pero al fin del camino, con el deber cumplido en esta tierra que lo acogió en su seno para permitirle el progreso que su patria en aquellos años le negaba.

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